1/8/2019

Iniciar un artículo intentando proporcionar una definición sobre qué es el teatro es sin duda una tarea muy ambiciosa. No hay escuela, diccionario o dramaturgo al que se pueda recurrir sin quedar corto en su precisión o, inclusive, ayudar a confundirnos. Por ende, lo que sigue en estas líneas ha de mirarse como un boceto, imperfecto y desprolijo, de lo que para quien escribe significa el teatro, y su importancia en el contexto nacional a través de la dramaturgia.En noviembre de 1995 tuvo lugar en Toronto el congreso internacional denominado “¿Por qué teatro? Decisiones para el nuevo siglo”. En éste, el dramaturgo y director alemán, Heiner Müller, señaló que el teatro es crisis y muerte. Su elemento básico sería la transformación, y lo específico de este arte no sería la presencia del actor vivo y el espectador vivo, sino que la presencia del actor que muere y el espectador que muere en el ejercicio de representación teatral. Esto es, aquello que se experimenta y vive de manera única y personal.Así, se puede intentar concebir al teatro -al menos aquel alejado del lujo y la rentabilidad- como un acto de resistencia a la norma básica de inercia, que permite visibilizar, cuestionar y reflexionar en torno a los asuntos que conviven en un contexto determinado. Para ello, un elemento clave resulta ser el texto dramático, que alberga la voz del dramaturgo, como signo teatral que compone la puesta en escena. Se intenta seguir en esta línea.En el Chile de los último 50 años, la dramaturgia ha cobrado un rol relevante para el desarrollo del teatro nacional, en tanto éste se ha basado fundamentalmente en un teatro de la palabra. Esto es, una dramaturgia textual autoral propia de una persona natural o colectiva, sin perjuicio de aquellos movimientos más recientes que, en busca de un teatro experimental, la suprimen o aminoran. La dramaturgia le presenta a sus autores el espacio para volcar las obsesiones, dolores y encantamientos que los acechan.Así, vemos como en plena dictadura militar, cuando la producción teatral se vio radicalmente interrumpida y desplazada a la clandestinidad, los temas que caracterizaron este período tendieron a rescatar los idearios políticos democráticos, denunciar y ser la “voz de los sin voz”, de la mano de compañías como ICTUS y obras como “Nadie sabe para quién se enoja” (1974) o “Lindo país esquina con vista al mar” (1979), cuyos textos dramáticos son una creación colectiva de la compañía, que resulta de la fusión entre relatos de otros dramaturgos de la época y las vivencias del colectivo en relación al acontencer político-social.Luego, entre finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, aparecen nuevos textos dramáticos que reflejan los problemas e inquietudes de un Chile democrático y un mundo que vive el término de la guerra fría. Este período estuvo marcado por la dramaturgia del “desencanto democrático”, la que dio lugar a nuevas formas de agrupamiento teatral movilizadas por causas que tomaron la marginalidad en un sentido social como motor principal. Con el fin de la resistencia a un orden dictatorial, los colectivos dejaron de comprenderse a sí mismos como un lugar de disidencia y, a fin de permanencer, debieron redefinirse y redefinir la norma a la cual resistir.En esos años, surge un colectivo artístico denominado “Las Yeguas del Apocalipsis” liderado por Francisco Casas y Pedro Lemebel, que adoptan un relato y una puesta en escena más performática (fuera de lo textual, más meta y paralingüístico), que enarbola las banderas de la sexualidad, el género y los derechos humanos. Se trata de un arte de género que provoca y subvierte la imagen masculina, criticando los idearios del ser homosexual. Lemebel no sólo instala la enunciación de su condición homosexual, sino que la presenta y “la hace hablar” sin coacciones ni inhibiciones. Rompe con el paradigma bipolar de la sola existencia de una voz masculina y una femenina en la dramaturgia y escena chilena.Si bien es posible identificar al personaje disidente sexual en relatos anteriores, éste no se presenta como una voz propiamente tal, sino como un personaje anecdótico, enmarcado en la cotidianidad, y esclavo de un relato principal. En el trabajo de Casas y Lemebel, la disidencia sexual y de género son el motor y la razón del relato.De alguna manera, ante la ausencia de textos dramáticos sobre género en el Chile de aquella época, el trabajo de este colectivo vino a sentar los lineamientos para el surgimiento de la nueva dramaturgia chilena del último tiempo. Y así, en los últimos 10 años, se ha ido perfilando en la escena nacional un movimiento que visibiliza la marginalidad desde otros frentes: la etnia y el género, con textos que ya no ocultan aquello que antes debía leerse entre líneas.Hoy las temáticas son explícitas y no se autocensuran. Lo patriarcal, homosexual, travesti, disidente y grotesco, deja de aparecer como algo accidental y se han transformado en el foco de la nueva dramaturgia chilena, de manera generalizada. Dramaturgia que explora la evolución de los roles emocionales y afectivos, reestructurando el concepto de sociedad actual y haciendo eco de amores y sexualidades diversas.Ejemplo de lo anterior han sido los textos dramáticos de Juan Radrigán, “Bailando para ojos muertos” (2009); Iván Fernández con “Heidi y Gretel (el santo nombre del cuento proleta)” (2011); Pablo Dubott con “Heterofobia” (2015); y, en particular, a preferencia de quien escribe, las obras de Carla Zuñiga y el trabajo que realiza con la compañía -de la cual es cofundadora con el director, Javier Casanga- “La Niña Horrible”.Esta última es una de las compañías más destacadas de la escena chilena actual, caracterizada por un lenguaje escénico grotesco y expresionista, una dramaturgia irónica y negra, que toma los temas de género como eje central de su trabajo. Así, obras como “Sentimientos” (2013), inspirado en el caso “Wena Naty”, o “Historias de Amputación a la hora del té” (2014), que cuenta la historia de una joven que tiene cáncer de mamas como una metáfora del discurso patriarcal que modela el cuerpo de la mujer y decide sobre él, son parte del universo de Carla Zuñiga.De este universo, es fuertemente recomendable “La trágica agonía de un pájaro azul” (2017), decimosegunda obra de la dramaturga, que relata la historia de Nina, una mujer de 40 años que tras la muerte de su hija decide suicidarse. Este relato toca la pérdida y el sinsentido de la vida al que se enfrentan las mujeres que son cuestionadas por no seguir (o no poder seguir) los roles que les impone la sociedad patriarcal y normada como cuestión simplemente heterosexual. En cuanto a lo performativo, la hiperteatralidad obtenida por el uso del travestismo como recurso expresionista e irónico, potencia el contenido crítico del texto y genera un tinte hilarante mezclado con lo dramático de la situación, producto de las imposiciones de género.A través de esta breve revisión, se intenta mostrar como la dramaturgia o la “composición del drama”, se levanta como un arma política para poner en escena aquello que se estima necesario cuestionar y visibilizar. Con esto, se comunica y exterioriza la transgresión a la norma y la pérdida del miedo a sublimar la belleza de lo horrible. El arte es político, y el teatro una de las manifestaciones más intensas de ello.

Autores
No items found.
Áreas de Práctica Relacionadas
No items found.