14/10/2019

La historia más extendida sobre los orígenes del popular juego de mesa Monopoly sitúan como su creador a Charles Brace Darrow, un ingeniero desempleado de Filadelfia en plena crisis del 29’, quien lo presentó a la compañía Parker Brothers el año 1934. Cuenta la historia que, luego de un primer rechazo, Parker Brothers decidió adquirir Monopoly en 1935 y comercializarlo. Con esto, Charles Brace Barrow se volvió millonario y Parker Brothers sobrevivió a los efectos de la crisis económica mundial. En esta versión de la historia, ambos, inventor y compañía, habrían ganado su propia partida de Monopoly de la vida real. El juego, que pasó a formar parte de la cultura popular de la era de la Gran Depresión, aún hoy conserva su popularidad, y ha llegado a superar los 275 millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, según la revista Forbes.Pero esta historia está incompleta y tiene un origen mucho más interesante y profundo. Al contrario de lo que podría suponerse, Monopoly no fue concebido, en sus orígenes, como un juego en que ganaba quien maximizaba su riqueza individual (el monopolista), sino que, por el contrario, se sustentaba en un juego económico colaborativo, cuyo objetivo era maximizar el bienestar social de todos los jugadores (quienes serían el reflejo de una comunidad).En efecto, antes de que Monopoly fuera el tablero en el que fantaseamos con consolidar territorios para servirnos de las riquezas del mercado inmobiliario, bancario y de algunas industrias fundamentales para toda economía, existió otro juego con fines y reglas muy distintas y que es, para todos los efectos, su predecesor: The Landlord’s Game (algo así como “El Juego del Propietario”, pese a que no existe una traducción oficial de su nombre). Según sabemos hoy, The Landlord’s Game no fue creado por un hombre, sino por una mujer muy adelantada a su época, llamada Elizabeth Magie Phillips (1866-1948), quien lo patentó en su versión original, con dos sets de reglas –uno antimonopolista y uno monopolista, como se explica más adelante– el año 1903, mucho antes que Charles Brace Darrow concibiera siquiera el hoy afamado Monopoly.Mientras en 1890 Elizabeth Magie trabajaba como mecanógrafa y estudiaba ingeniería –entre otras ocupaciones admirables, como complementar su trabajo y estudios con actividades literarias y teatrales– se dedicó a profundizar sus conocimientos sobre la teoría económica del influyente economista estadounidense Henry George (1839-1897). Esta corriente teórica, conocida comúnmente como Georgismo, se encuentra plasmada principalmente en la obra Progress and poverty” (1879), donde George plantea, entre otros postulados que se describen más adelante, una teoría económica sustentada en una función social de la riqueza de la tierra que, aún hoy, podría parecer revolucionaria.En términos generales, esta teoría económica sostiene que cada individuo debe poseer y ser dueño en un cien por ciento de lo que él ha creado por su propia cuenta (por ejemplo, todo lo que proviene directa e indirectamente de su propio trabajo); pero no puede suceder lo mismo respecto de todo lo que se encuentra en la naturaleza (principalmente, el suelo y la tierra), pues en este caso se trata de bienes que deberían pertenecer a toda la humanidad por igual, y no a individuos específicos o particulares. Así, el verdadero remedio al problema de la distribución desigual de la riqueza, tan propia de la civilización moderna (particularmente en la llamada edad dorada o gilded age, que coincide con la difusión del Georgismo), encontraba su solución bajo la siguiente premisa georgiana base: “We must make land common property” (“Debemos hacer que las tierras sean propiedad común”).Ahora bien, ¿por qué deberíamos hacer que las tierras sean de propiedad común? En realidad Henry George no negaba la existencia de la propiedad privada, sino más bien planteaba la posibilidad de un modelo económico en que ésta tuviese una función ética. En otras palabras, el hecho de que la propiedad de las tierras y suelos perteneciera a toda la humanidad, no obstaba a que los individuos pudieran tener derechos de posesión sobre este tipo de bienes, lo que les permitía transar dichos bienes en el mercado, porque esta era la forma en que la sociedad había legitimado el tratamiento de la tierra y el suelo. Pero luego, de las riquezas emanadas de la tierra, debía participar toda la sociedad.En otras palabras, era una realidad social insoslayable que los títulos de las tierras ya habían sido entregados a individuos particulares por lo que, en virtud de estos títulos, podían comprar, vender, ceder e incluso heredar la tierra. Pero en cuanto a su propiedad, esta seguía perteneciendo a la colectividad, y por ello el Estado, mediante sus órganos, debía establecer los requisitos que fueran necesarios para asegurar que la riqueza de la tierra llegara de manera efectiva a toda la comunidad, evitando que se concentrara únicamente en los pocos individuos que contaban con un título sobre esta clase de bienes.Como una forma de equilibrar ambas cosas –respeto de los derechos de propiedad, por un lado, y distribución de los bienes originalmente comunes, por el otro–, Henry George planteó la aplicación del denominado “land value tax” (impuesto al valor de la tierra), también conocido en la literatura económica como “single tax” (impuesto único). Al gravar con un impuesto único la propiedad de esos bienes naturales –sostuvo George– se traslada la carga fiscal a los terratenientes (landlords) más ricos, eliminando los demás impuestos existentes. Por otro lado, la imposición de este impuesto único estimulaba el uso eficiente del suelo y buscaba evitar la concentración improductiva de la tierra, de tal forma que, para evitar que la posesión de este tipo de bienes fuese sólo un derecho, los terratenientes debían trabajar la tierra de tal forma que ella generara las riquezas que naturalmente podía entregar, y que pertenecían a toda la comunidad. De esta forma, Henry George consideraba que generar un gravamen impositivo único sobre el valor de la tierra, con ciertas características, era una mejor alternativa que un sistema de nacionalización del suelo por parte del Estado, pues dado que los títulos ya habían sido entregados a particulares, la aplicación del impuesto único convivía de mejor forma con la noción de propiedad privada que se encontraba legitimada en la sociedad de su época.Estas características del impuesto único consisten, en síntesis, en una aplicación sobre la “renta pura” o “renta no ganada” de la tierra, lo que permitía al Estado apropiarse de aquella parte de la renta bruta total del suelo que se debía a condiciones naturales (por ejemplo, la fertilidad de la tierra), sin que la carga tributaria abarcara las mejoras realizadas al suelo por el individuo que tuviera un título de propiedad sobre el bien (probablemente en esto George estuvo influido por las ideas de David Ricardo), tales como, por ejemplo, las edificaciones que se construyen sobre la tierra, y que tienen su origen en inversiones de capital del propietario (y que, comúnmente, sabemos que se gravan con impuestos al valor de los bienes inmuebles). Ello, pues como ya dijimos, bajo esta tesis el trabajo invertido pertenece a la categoría de bienes que los individuos deben poseer y ser propietarios en un cien por ciento.De esta manera, Henry George sostenía que era perfectamente posible que un Estado que contara con una fortalecida agenda social tuviera, al mismo tiempo, un sistema económico de libre mercado.Como se adelantó, en la propuesta de George, este impuesto único –en su visión económicamente eficiente y aplicado de forma paulatina– podría llevar a la abolición de los demás impuestos y tasas vigentes en ese momento en la economía estadounidense. Esto se debía a que, como hemos señalado, los individuos sí debían poseer y ser propietarios del cien por ciento de lo que producían, y la actividad productiva no debía ser desincentivada mediante tributos que gravaran sus rendimientos; y, por otro lado, el impuesto único simplificaba y hacía más eficiente el funcionamiento del sistema de recaudación fiscal, por ser más sencillo de implementar (y en ese sentido, era también un ahorro en costos administrativos para el Estado).Es en ese contexto que la fiel activista Elizabeth Magie diseñó The Landlord’s Game, con el objetivo pedagógico de enseñar a otros las ideas fundantes de la teoría económica de Henry George que hemos mencionado.Lo interesante de The Landlord’s Game es que se estructuraba sobre dos conjuntos de reglas: primero, las reglas que podríamos llamar “antimonopolistas”. En este set de reglas, los jugadores iniciaban el juego únicamente con 100 dólares, que recibían luego de pasar por la sugerente casilla “Labor upon Mother Earth Produces Wages” (El trabajo sobre la Madre Tierra produce Salarios), la que conceptualmente significaba que se recibía un salario por realizar trabajos efectivos sobre los recursos naturales. Por otro lado, ningún jugador poseía títulos de propiedad exclusivos y, por lo tanto, nadie se enriquecía en base a algún tipo de monopolio. Ante cualquier situación que no estuviera prevista en el reglamento, los jugadores debían convenir reglas básicas de convivencia, por ejemplo, determinar luego de cuántas vueltas al tablero un jugador debía “liberarse” de la propiedad asignada, vendiéndola de forma que pasara a otros, que también podían enriquecerse con ella. Estos acuerdos debían respetarse o, de lo contrario, el jugador que incumpliera el acuerdo convenido entre las partes iría a la casilla de cárcel. El resultado final del juego, según este set de reglas, era que se maximizaba el beneficio social a partir de la riqueza de la tierra, pues todos los jugadores participaban de esa riqueza en algún punto del juego.Luego, el segundo era un set de reglas “monopolista” (más parecido al Monopoly que popularizó Parker Brothers), que establecía como objetivo que los jugadores se apropiaran individualmente de la mayor cantidad de propiedades posibles, de manera de lograr excluir a sus oponentes y capturar la totalidad de la riqueza derivada de las rentas de la tierra, banca e industrias. El remedio al monopolio y sus efectos negativos en la distribución de riquezas entre los jugadores pasaba por introducir el “impuesto único” promovido por Henry George. En esta modalidad, las rentas de las tierras iban al tesoro público para la mejora de salarios, o para la creación de obras de construcción que beneficiaban a todos los jugadores. Así, mediante este sistema dual de reglas, se cumplía el objetivo pedagógico buscado por Elizabeth Magie: reafirmar entre los jugadores la conveniencia del primer set de reglas, aplicando la teoría económica de George.Sin perjuicio de lo que pasaría con posterioridad –esto es, la popularidad de la versión de Monopoly patentada por Charles Brace Darrow y la pérdida del set de reglas “antimonopolistas”–, a propósito de estudios sobre la historia de Monopoly la literatura ha logrado registrar que The Landlord’s Game fue utilizado con objetivos pedagógicos en algunas universidades y escuelas de economía, como una demostración práctica de los principios teóricos de Henry George, tal como lo propuso Elizabeth Magie Phillips. A modo ejemplar, existen testimonios de que alrededor de 1900, durante su residencia en la Arden Academy, el economista y escritor Scott Nearing, fue introducido por Elizabeth Magie Phillips en The Landlord’s Game y sus reglas, y que luego utilizó este juego con fines educativos mientras fue miembro del Departamento de Economía de la Universidad de Pennsylvania, aproximadamente en 1906.Desde otra perspectiva, resulta también interesante observar lo que representa cada uno de estos sets de juegos en el imaginario colectivo social: por un lado, el primer set de reglas del juego nos invita a imaginar como sería tener más bienes, lo que consecuentemente nos llevaría a ser más que los otros y así dominar más. Es un juego que nos remite a los actos humanos de apropiación y dominio de la naturaleza y de los otros (pues creemos que, teniendo más, tenemos también más poder que ellos).Luego, el segundo set de juego nos invita a imaginar ser más porque somos mejores desde una perspectiva no material, sino que en función de un ideal de ser humano que reúne ciertas características éticas: convive con otros en una comunidad de bienes, posee una fuerte responsabilidad cívica, y otorga valor del trabajo personal sin descuidar la perspectiva pública de su propio involucramiento en la sociedad.Este último set del juego ilustra una especie de sociedad utópica, en que los jugadores se han desprendido de sus rasgos humanos más mezquinos, pues carecen de soberbia (atributo de una persona que cree ser mejor que otra) y de codicia (atributo en que una persona ansía tener más que otros, sin límites). El desprendimiento de estas características nos transforma en personas nuevas, protagonistas de una nueva era, donde las estructuras elementales de convivencia social se transforman radicalmente, siempre hacia la emancipación y el progreso social. Sin embargo, el modelo económico con tintes de utopía planteado por Henry George contrasta con las realidades sociales vividas a lo largo de la historia, que está llena de guerras, venganzas, odios y corrupción. Por eso, parece preferible evitar creer que los seres humanos somos sujetos siempre benevolentes e inmaculados, cuando en realidad somos un poco de eso, pero también de lo otro (a veces mezquinos y arteros).Pero eso no quiere decir que todo esté perdido. Tal vez, el valor de los modelos utópicos radica, precisamente, en el impulso de búsqueda de nuevas reglas que, diseñadas con prudencia y sentido de realidad, ayuden a responder los cuestionamientos ético-sociales que cada sociedad se ha planteado a lo largo de su historia.La influencia del Georgismo es aún detectable. De hecho, hay quienes plantean que las teorías de Henry George son de lectura obligada para enfrentar “la cuestión de la tierra” en su variante moderna, es decir, en un mundo donde urge discutir sobre los precios de los productos agrícolas, la burbuja inmobiliaria y los impuestos ecológicos o “ecotasas”, entre otros. Sin ir más lejos, el conocido movimiento RadicalxChange, cuya visión y principios apuntan a construir una alternativa coherente y sostenible frente al capitalismo en su versión actual, se ha basado en la teoría de Henry George (entre otras) para plantear un sistema alternativo de distribución de la riqueza, donde el valor de bienes como el suelo sea distribuido de manera equitativa entre todos los ciudadanos.En otras palabras, en una sociedad cada vez más crítica y consciente de los dilemas que plantea el sistema económico actual, podría resultar útil e interesante recordar los principios que fundaron The Landlord’s Game. Y así, recordando también las enseñanzas que nos ha dejado la historia, proponer nuevas reglas para el juego social actual, que complementen el reconocimiento de nuestro sistema económico y, al mismo tiempo, busquen dar respuesta a las controversias éticas que el mismo plantea.* En la elaboración de esta columna, agradezco particularmente al profesor Jorge Streeter, por sus interesantes y enriquecedores comentarios.

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